viernes, 20 de noviembre de 2009

Animalitos de Tarzán

¿Cómo empezó todo? ¿Cuál es la génesis de mi afición a un juego como Hattrick? ¿Cuándo comencé con la manía de organizar equipos de fútbol como si fuera el entrenador, el dueño del club o una especie de dios que lo decide todo?
No sé si antes de darle patadas a la pelota o después de darle los primeros puntapiés a cualquier balón. Pero sí sé que me encantaba comer unos bollos de Tarzán, no me acuerdo si a propósito de alguna serie de televisión de dibujos animados a finales de los setenta o ya comenzados los ochenta, pero no tanto por el bollo como por unos pequeños animalitos de plástico de colores que venían como aplastados contra el chocolate que cubría el bizcocho. Muy pronto tuve un buen montón de aquellos animalitos que, junto con otros también de colores pero más grandes a los que llamaba gigantes, yo dividía en los diferentes colores e incluso en las distintas tonalidades. Con ellos creaba equipos con su propia idiosincrasia, imaginaba cómo entrenaban y elegían a los mejores en cada puesto para jugar una reñida liga contra los otros colores, todos contra todos y luego los cuatro mejores a las semifinales. El capitán de cada equipo era uno de esos gigantes, y no sé si por la pose del León o por el color rojo fuego, lo cierto es que casi todas las ligas las ganaba el equipo rojo, teniendo en cuenta que yo movía a todos los jugadores enfrentándolos entre sí con un garbanzo por el medio, que era el balón, según quien ganara, lo cual lo suponía yo, se producía un pase que daba el animal, si es que el garbanzo no salía disparado hacia otra posición. Si el enfrentamiento era entre un delantero y un defensa (siempre jugaba con el invariable sistema 3-4-3) entonces si ganaba el delantero tiraba a puerta con la posibilidad que el portero lo parara o no, a lo cual influía su forma (no forma física sino su silueta) y como yo pensara que era de bueno. Ganaba el encuentro el primer equipo que llegara a los diez goles.
Así me pasaba horas y horas de entretenimiento ensimismado en la imaginación que me producían las diferentes situaciones. Un mundo aparte al que viajaba, ya que incluso les hacía hablar... y poseían su propio carácter... y espíritu de equipo...
Después de la liga, que acababa en una gran final (casi siempre contra los azules del Hipopótamo gigante) creaba la selección de animalitos con los que me parecía que eran los mejores, lo cual me lo inspiraba normalmente tanto el color como la especie animal, así como la pose que tuviera que le podía dar o quitar “facultades futbolísticas”. Pero para “ellos” la selección la hacía un Oso gigante (en realidad era la osa grizzli madre de Jackie y Nuca, otra serie de dibujos que me encantaba) respetado por todos (quizás porque era el más grande y estaba hecho de un material diferente muy duro y blanco, ya que ese color no figuraba entre los animalitos) junto con un Bisonte azul que tenía las piernas machacadas y por lo tanto no podía jugar. Una vez hecha la Selección creaba un campeonato Mundial con diferentes juguetes como las piezas de madera coloreadas para montar construcciones, las de Exin Castillos, las de Tente y los Clips de Famóbil. Por supuesto, ganaban siempre los animalitos pues no había otro juguete que me gustara más para jugar.
Los guardaba en una pequeña caja de coser de mi madre, cuando esta se quedó pequeña los almacenaba en las hueveras de cartón de media docena. No sé que edad tendría pero tenía la costumbre de perderlos, como perdía piezas de casi todos los juguetes, pues era muy desordenado. También, a veces, escondía a un pequeño grupo, no sé para qué. Pero de vez en cuando echaba de menos a algunos fantásticos “futbolistas” y organizaba expediciones de búsqueda por toda la casa, reencontrando casi siempre a unos pocos, mientras que otros se perdieron para siempre pero, a los cuales, mentalmente los recordaba como legendarios jugadores. Con el tiempo se unieron otros muñequitos de otras colecciones de Disney o Dartacán (la serie de dibujos con perros inspirado en Dartañán y los tres mosqueteros) pero no eran tan buenos como los animalitos.

También jugaba a las chapas, cuando estas se ponían de moda en el barrio, normalmente en primavera después de la vuelta ciclista a España en mayo y cuando ya languidecía la moda de las carreras de chapas, que era lo que más me gustaba a mí, más que los partidos que me parecían faltos de imaginación comparados con mis animalitos.
Tampoco sé cuando dejé de jugar con ellos, lo hice durante muchos años y ya bien entrada mi adolescencia. Los heredó mi hermano que también se vició con ellos para sus juegos. Pero cuando él dejó de utilizarlos me los volví a quedar yo y por ahí los tengo en alguna caja, en alguna bolsa, a la espera de que alguien les vuelva a dar vida sobre un imaginario terreno de fútbol y un garbanzo como pelota.

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